I HIRED A CONTRACT KILLER. 1990. 78´. Color.
Dirección: Aki Kaurismaki; Guión: Aki Kaurismaki, basado en una idea de Peter von Bagh; Dirección de fotografía: Timo Salminen; Montaje: Aki Kaurismaki; Música: Miscelánea. Canciones de Little Willie John, Billie Holiday, Carlos Gardel, Joe Strummer, etc.; Diseño de producción: John Ebden; Dirección artística: Mark Lavis; Producción: Aki Kaurismaki, para Villealfa Filmproductions-Svenska Filminstitutet-Finnkino-Pandora Film-Pyramide Productions- Channel Four Television-Megamania (Finlandia-Suecia-Reino Unido-Francia-Alemania)
Intérpretes: Jean-Pierre Léaud (Henri Boulanger); Margi Clarke (Margaret); Kenneth Colley (Asesino); Trevor Bowen (Jefe del departamento); Imogen Claire (Secretaria); Angela Walsh (Casera); Nicky Tesco (Pete); Charles Cork (Al); Cyril Epstein, Michael O´Hagan, Tex Axile, Walter Sparrow, Serge Reggiani, Joe Strummer.
Sinopsis: Un empleado francés, que vive en Inglaterra, es despedido de su empresa. Harto de vivir, e incapaz de suicidarse, contrata a un sicario para que le asesine.
A Aki Kaurismaki, que es un tipo con un contrastado sentido del humor, le debe de hacer gracia recordar que culminó su trilogía del proletariado justo cuando la gente ya estaba comerciando con los cascotes del muro de Berlín. El film que concluyó ese ciclo, La chica de la fábrica de cerillas, supuso un triunfo rotundo para el director finlandés, que decidió internacionalizar su propuesta con su siguiente proyecto, Contraté un asesino a sueldo, una comedia negra rodada en Londres, con elenco multinacional y parte del equipo técnico originaria de las islas Británicas. La película no llegó a igualar la repercusión de su antecesora inmediata, pero tiene el sello de un cineasta que estaba pasando por su mejor momento creativo.
Es importante señalar que el cambio de ubicación geográfica no significó que Kaurismaki modificara ni un ápice las constantes de su cine. El estilo minimalista, la ambientación suburbial, la importancia de la música o la parquedad de los diálogos están ahí, como siempre. La premisa argumental entronca de manera inequívoca con el espíritu de la trilogía antes mencionada, pues el pistoletazo de salida narrativo a esta obra lo hallamos en el despido de su personaje principal, un anodino y solitario oficinista, que tras quince años en la misma empresa se encuentra en la calle, con la excusa de un reajuste de personal y un reloj de oro que ni siquiera funciona como única recompensa a sus años de esfuerzo. El capitalismo en versión Kaurismaki. Cáustico a rabiar, el director muestra, en un plano de lo más definitorio, cómo los subalternos se llevan la mesa del recién desempleado cuando él todavía está sentado en su silla. A partir de ahí, no obstante, predominan el humor sardónico y una revisión sui generis de los cánones del cine negro, que pasado por el filtro de Kaurismaki se convierte en algo muy diferente. Con una existencia vacía, forastero en tierra extraña, el hombre decide suicidarse, pero sus intentos de quitarse la vida fracasan de un modo tan patético que, al final, se dirige a un tugurio de mala muerte, lugar de encuentro de una macedonia de malhechores, para que sea un profesional en la materia el encargado de hacerle desaparecer de este valle de lágrimas. La escena que sigue al encargo, con el protagonista escuhando cómo dos ladrones de baja estofa se esfuerzan en convencerle de lo maravilloso de la existencia, es impagable. Luego de años de abstinencia, el hombre no encuentra excusas esa noche para mantenerse alejado del alcohol y los cigarrillos, y es esa euforia etílica la que le ayuda a dirigirse a una vendedora de rosas cuya presencia le ha encandilado. Conocer a esa mujer hace que el hombre se replantee su decisión de quitarse la vida, pero no le va a resultar sencillo deshacer el encargo.
Kaurismaki, repito. El destartalado extrarradio londinense podría ser perfectamente el de Helsinki que vimos en sus anteriores films. La cámara se mueve muy poco, y en muchas ocasiones se sitúa a la misma altura que solemos ver en el cine japonés. Blues, tango y punk, con Joe Strummer cantando en un pub donde nadie le presta atención. Un asesino muy profesional, que descubre que le queda muy poco tiempo de vida. Un romance tan redentor como improbable, ilustrado con la economía de palabras y gestos marca de la casa. Elipsis que explican muchas cosas. Secundarios que parecen sacados de una novela de Jim Thompson. Socarronería por doquier. Y una huida hacia la esperanza.
En esta ocasión, Kaurismaki renunció a su habitual equipo técnico y artístico… hasta cierto punto, porque él mismo se encargo del montaje (tan seco como en el resto de su filmografía) y siguió confiando en su inseparable Timo Salminen para iluminar uno de los Londres menos glamourosos que se hayan podido ver en la gran pantalla. Estilo, por decirlo en una palabra.
Jean-Pierre Léaud, actor asociado de forma imperecedera al cine de François Truffaut y Jean-Luc Godard, constituye un objeto extraño en el universo de Kaurismaki y, aunque adopta el laconismo propio de todos los protagonistas de los films del director, en ocasiones se comporta como tal, sin encajar del todo en un mundo tan personal e intransferible. El personaje de Margi Clarke, actriz a la que el público conocía por su aparición en un videoclip de Pet Shop Boys, subvierte por completo a la clásica mujer fatal del cine negro. Ella, por mucho que vaya teñida de rubia platino a lo Kim Novak, es una trabajadora que intenta ganarse la vida vendiendo rosas en los pubs, y que ejerce de figura redentora, casi de ángel de la guarda de un hombre al que se une pese a que él, literalmente, no tiene nada. La suya es una actuación de alto nivel. El recientemente fallecido Kenneth Colley, actor fantástico, hace una interpretación digna de su calidad en la piel de un sicario que se toma muy en serio su oficio, pero que es consciente de ser un perdedor con todas las letras. Su final es conmovedor, rompiendo con el dominio de lo sarcástico que predomina en la película hasta entonces. Del resto, señalar las apariciones de Serge Reggiani, y de un Walter Sparrow cuyo rostro estaba hecho para el cine negro, pero que sabía estar a la altura donde le pusieran.
Un Kaurismaki igual, y a la vez distinto. Una comedia negra de mucha calidad, en todo caso.