CARNE APALEADA. 1977. 100´. Color.
Dirección: Javier Aguirre; Guión: Javier Aguirre y Alberto S. Insúa, basado en la novela de Inés Palou; Dirección de fotografía: Domingo Solano; Montaje: Antonio Ramírez de Loaysa; Música: Juan José García Caffi; Decorados: Antonio de Miguel; Producción: Luis Méndez, para 5 Films (España).
Intérpretes: Esperanza Roy (Berta); Bárbara Rey (Senta); Julieta Serrano (Mercedes); Beatriz Rossat (Françoise); Trini Alonso (Celadora jefe); Yelena Samarina (Lulú); Terele Pávez (Lourdes); Tota Alba (María Cinta); Ángel Picazo (Padre de Berta); Enriqueta Carballeira (Arantxa); Elisa Montés (Marta); Pilar Bardem, Virginia Mataix, Carmen de Lirio, María Rosa Salgado, Kety de la Cámara, Víctor Israel, Sandra Alberti, Gloria Berrocal, Carmen Carrión.
Sinopsis: En la España tardofranquista, Berta entra de nuevo en prisión por estafa. El ambiente allí es sórdido, pero se enamora de Xenta, una reclusa que acaba de ser madre.
Con una filmografía casi siempre a caballo entre lo puramente alimenticio y lo experimental, Javier Aguirre pudo, en contadas ocasiones, encontrar un término medio entre ambos extremos. Uno de esos casos lo hallamos en Carne apaleada, drama carcelario basado en la novela autobiográfica de Inés Palou, una mujer que conoció de primera mano las prisiones del tardofranquismo. La caída del régimen posibilitó que pudieran realizarse películas como esta, impensables apenas un lustro antes de su estreno. Hoy olvidado, el film tuvo repercusión en su momento, y su principal protagonista, Esperanza Roy, quien había adquirido los derechos de la novela para su adaptación a la gran pantalla, fue galardonada con el premio a la mejor interpretación femenina por el Círculo de Escritores Cinematográficos.
En la época clásica del cine, no escasearon los dramas penitenciarios, pero casi siempre con protagonismo masculino. Sin remisión, de John Cromwell, fue un espléndido pero puntual ejemplo contrario. Las películas sobre cárceles de mujeres quedaron reservadas para la serie B de corte erótico, tendencia que fue en aumento en los años 70, con la relajación de las normas censoras que tuvo lugar en buena parte del planeta. Repasando el cine de entonces, da igual el país del que se trate, se comprueba que, en aquella década, se produjeron muchas películas sobre féminas entre rejas, pero cuesta encontrar una sola que no sea cine de explotación puro y duro. Pese a que los tres films rodados por Javier Aguirre tras la muerte de Franco pueden adscribirse, en mayor o menor medida, al por la época omnipresente cine de destape, en esta ocasión el director vasco antepuso el drama humano, con una fuerte carga social y política, a la exhibición de cuerpos femeninos en las duchas, que existe, pero que encuentro demasiado restringida y justificada como para mandar sin más este film al cajón de las películas calentorras. La historia de Inés Palou, con cuyas palabras empieza y acaba Carne apaleada, daba para mucho más que eso, y el primer mérito de Javier Aguirre consistió en saber verlo. Palou era una presa peculiar, porque por entonces, si dejamos al margen a los reos por motivos políticos, quienes iban a la cárcel eran los muertos de hambre, y ella no lo era, pues provenía de una familia acomodada de provincias y era una persona instruida. Lo bastante para escribir uno de los primeros libros de memorias escritos por una presa común española. Por lo tanto, esta película tiene un gran valor como documento, pues pocas veces los espectadores han podido ver con tanta claridad cómo eran las prisiones durante el franquismo, aun contando con que las autobiografías son lo más subjetivo de la literatura, y que, en su adaptación de la novela, Javier Aguirre y su guionista de cabecera, Alberto S. Insúa, se tomaron diversas licencias, la mayor de las cuales es la escena en la que Berta (nombre de Inés Palou en el film) y sus compañeras reclusas reaccionan a la muerte de Franco, que en realidad fue posterior al fallecimiento de la propia Palou.
La homosexualidad es un elemento clave en Carne apaleada, pues esa mujer que ingresó por primera vez en prisión pagando las culpas de otros, y que después le cogió el gusto a eso de emitir cheques sin fondos, era lesbiana, aunque antes de entrar en la cárcel, ya superados los cuarenta años de edad, no se le conocían relaciones con personas de uno u otro sexo. Fue el encuentro con Senta, una joven madre soltera, que cumplía condena por haber asesinado a su amante, el que despertó sus instintos reprimidos. En la película, no obstante, el amor entre ambas se explica mal, seguramente por un erróneo empleo de la elipsis, y cuesta entender el profundo encoñamiento de Berta cuando, por lo que vemos, durante el período en que compartieron prisión sus relaciones fueron de lo más casto. Dicho esto, en general el lesbianismo se muestra con cierta sensibilidad, algo que no sucede en las breves pinceladas en las que la homosexualidad que se describe es la masculina. Hay en el relato de la protagonista una clara intención exculpatoria, que el film rescata por medio de la voz en off, y un elemento chocante: mientras el relato incide en la crueldad de la vida entre rejas y de cómo la cárcel embrutece a quienes en ella ingresan (algo que, por otra parte, ya sabemos los que siempre hemos permanecido fuera, pero conocemos a personas que han estado presas), Berta se mantiene espiritualmente pura, a ella ese embrutecimiento que todo lo impregna no pudo alcanzarla. Ayuda y ejerce de apoyo a las demás reclusas, e incluso, a diferencia de sus compañeras, establece contacto con las presas políticas. Hay una escena, en la que las reas se rebelan cantando Gora Euskadi askatuta, que generó problemas con la censura. Por entonces, el antifranquismo lo unía todo, y era comprensible que muy pocos repararan en el violento racismo oculto detrás de esas tres palabras. En lo que no yerra el film es en mostrar los muy distintos universos que habitaban las presas políticas y las comunes, por mucho que compartieran barrotes.
Por desgracia, el cuidado por respetar las palabras y el espíritu de la novela, que no deja de ser una denuncia social potente, no se extiende a la puesta en escena, elemento en el que Carne apaleada no se distingue de las películas de explotación carcelaria antes aludidas. Es interesante la simbología de los trenes, que pasan de constituir una metáfora de la libertad perdida a representar algo muy distinto, pero Aguirre se debate entre lo aplicado y lo pedestre, con decisiones erróneas, el mayor ejemplo de las cuales lo encontramos al final, cuando se opta por mostrar de manera explícita el suicidio de la protagonista, pero el truco es tan evidente que hubiera sido preferible que la cámara enfocara a cualquier otra parte. Domingo Solano, iluminador asociado al cine español más comercial, cumple el recado igual que cualquier otro, y el montaje, más de una vez, deja que desear. Respecto al cierto descuido técnico que se intuye en el conjunto, decir que en los créditos ni siquiera se preocuparon de escribir correctamente el nombre del compositor de la banda sonora, el argentino Juan José García Caffi, cuyo trabajo tampoco es que sea memorable.
Dijo Esperanza Roy, actriz a la que el cine había concedido hasta el momento muy pocas oportunidades a la altura de su calidad, que compró los derechos de la novela de Inés Palou en la creencia de que ese papel iba a ser su gran oportunidad en el cine. No se equivocó. Puso al frente del proyecto a quien ya por entonces era su pareja, Javier Aguirre, con quien ya había coincidido en alguna españolada setentera, y el director la mimó como no lo hizo con nada ni nadie más. Ella puso en el papel todo su talento, que era mucho, y él la obsequió con algunos planos que eran un auténtico homenaje a quien en todo momento es lo mejor de la película. De Bárbara Rey, una de las musas del destape, que dio vida a Senta, no puedo decir lo mismo, pues siempre fue una actriz muy limitada, y pasada esa época se vio que poco tenía que ofrecer al cine, al margen de su belleza. Aquí, como de costumbre, da la impresión de estar actuando poco, y su giro final a femme fatale en versión lésbica no hace otra cosa que revelar sus carencias. En cuanto al plantel de secundarias, me quedo con Terele Pávez, actriz de raza cuyo carácter siempre la hace destacar, con independencia del papel que le corresponda, y con Enriqueta Carballeira, primera esposa de Aguirre, que encarnó a Arantxa, una etarra distinta a sus compañeras. Tota Alba está a buen nivel en la que fue su última película, y Trini Alonso lo mismo, aunque su papel sí parece sacado del cine de explotación más descarado (que tampoco era todo ficción, que conste). Conmovedor Ángel Picazo en el rol del padre de la protagonista, discreta Beatriz Rossat como presa toxicómana extranjera, bien Pilar Bardem, y mención especial para la veterana Elisa Montés y para Julieta Serrano, cuyo personaje ejerce de cicerone penitenciaria de la protagonista.
Carne apaleada es una buena película, a la que se echa en falta que sus creadores la hubieran tratado con más cariño en lo técnico. La historia es muy poderosa y contiene muy buenas interpretaciones, empezando por la de Esperanza Roy, que es excelente.