NICKELODEON. 1976. 119´. Color.
Dirección: Peter Bogdanovich; Guión: W.D. Richter y Peter Bogdanovich; Director de fotografía: Laszlo Kovacs; Montaje: William Carruth; Música: Richard Hazard; Diseño de producción: Darrell Silvera; Dirección artística: Richard Berger; Vestuario: Theadora Van Runkle; Producción: Robert Chartoff, Irwin Winkler y Frank Marshall, para Columbia Pictures-EMI Films-British Lion Film Corporation (EE.UU-Reino Unido).
Intérpretes: Ryan O´Neal (Leo Harrigan); Burt Reynolds (Buck Greenway); Tatum O´Neal (Alice); Jane Hitchcock (Kathleen Cooke); Brian Keith (H. H. Cobb); Stella Stevens (Marty); John Ritter (Frank Frank); Jack Perkins (Michael Gilhooley); Harry Carey, Jr. (Dobie); George Gaines (Reginald Kingsley); Priscilla Pointer, Tamar Cooper, Don Calfa, M. Emmett Walsh, James Best, Brion James, Robert Ball.
Sinopsis: Un mediocre abogado de Chicago descubre por casualidad un nuevo pasatiempo popular, el Nickelodeon, llamado así porque se proyectaban películas en salas que los espectadores podían ver pagando un níquel.
Después de verse aupado al Olimpo de los directores gracias a una serie de triunfos coronados con Luna de papel, Peter Bogdanovich venía de cosechar dos fracasos consecutivos, con Daisy Miller y Por fin, el gran amor, cuando se embarcó en una crónica de los comienzos de Hollywood a la que bautizó como Nickelodeon, el espectáculo que fue el germen de las futuras salas de cine. A diferencia de sus compañeros de generación, que revolucionaron el universo cinematográfico a través del drama, Bogdanovich insistió con algo tan contracultural en los años 70 como la comedia de época, alejada de cualquier denuncia social o mensaje político. A pesar de su calidad, Nickelodeon fue rechazada por buena parte de la crítica y el público, y no hizo más que acentuar la cuesta abajo profesional de un director que, apenas tres años antes del estreno de esta película, se hallaba en la cima.
Se le reconocen a Peter Bogdanovich sus enciclopédicos conocimientos sobre el cine clásico y la excelencia de sus primeras películas, pero encuentro que, a la hora de ensalzar al director neoyorquino, se suele obviar un elemento que le diferencia para bien de casi todo el movimiento del que formaba parte, conocido como el Nuevo Hollywood: Bogdanovich es un director muy dotado para la comedia, que entendió mejor que casi nadie las virtudes de los grandes del cine mudo, como Chaplin y Keaton, y asumió como propios los cánones de la screwball comedy de los años 30, convirtiéndolos en el eje de su propia obra a partir de La última película. Porque, vaya por delante, Nickelodeon es una comedia deliciosa sobre un período clave en la historia del cine que Hollywood ha retratado poco, y casi siempre con más inclinación al morbo que gratitud hacia los pioneros, sin los que las estrellas que vinieron después jamás hubieran llegado a serlo. Se reprocha a Bogdanovich que expone los inicios de la Meca del cine desde unos parámetros absolutamente blancos, pero creo que quienes opinan eso no ven que, más allá de su ingenuidad superficial, la película es mucho menos inocente de lo que parece a primera vista (rasgo, por cierto, muy común en la mejor comedia clásica americana). Para empezar, se describe un episodio conflictivo como la Guerra de las Patentes, es decir, el enfrentamiento entre el cártel monopolístico impulsado por Thomas Edison y los primeros productores independientes, casi todos ellos emigrantes europeos, sin ocultar los métodos violentos con los que los primeros trataban de proteger los pingües beneficios que les proporcionaban las primeras proyecciones de imágenes en movimiento, ni que los segundos tenían no poco de tahúres. Ocurre que el director presenta esta batalla de intereses, que no hay que olvidar que fue la que provocó que muchas de las producciones cinematográficas se trasladaran desde la costa Este, donde el control de Edison y sus aliados era férreo, hasta la lejana, y mucho más permeable a la ilegalidad, California, de un modo francamente divertido, a partir del temperamento del principal protagonista, un torpe abogado de Chicago que, de manera totalmente fortuita, entra a formar parte del mundo del cine, primero como guionista, y muy pronto como director, sin tener ni idea de cómo funcionaba ese incipiente negocio. El azar, elemento decisivo de la trama, le une a una actriz miope y a un atildado jinete, que muy pronto se convertirán en los protagonistas de sus películas, y con los que formará un triángulo amoroso que añadirá más vaivenes a los propios del desarrollo de una profesión en la que todo estaba por hacer.
Bogdanovich, que entrevistó en profundidad a mitos como Hawks o Ford, recurrió a la experiencia de dos testimonios directos del nacimiento de Hollywood, Allan Dwan y Raoul Walsh, para que le asesoraran respecto a distintos aspectos de la época. A él, y así lo demuestra su filmografía, no le gustaba demasiado la suya, y por eso Nickelodeon es un film nostálgico, en el mejor sentido de la palabra. Coppola o Polanski arrasaron en los años 70 con películas sobre la Norteamérica de principios del siglo XX, pero eran dramas. Bogdanovich escogió la comedia, y esta la situó en lo que más le apasionaba, el cine. Se nota en el perfil de ese director sensible, que aprende deprisa a manipular a quienes le rodean en beneficio de su obra, que se resiste a ver prostituida. Hay varias escenas deudoras del slapstick, y en general se mantienen las formas y el espíritu de ¿Qué me pasa, doctor? y Luna de papel, los dos grandes éxitos de Bogdanovich en la comedia. La actriz corta de vista, y de raciocinio para escoger pareja, el galán intrépido y pagado de sí mismo, la niña-adulta, el productor sin escrúpulos (que, pese a todo, es quien pronuncia una de las mejores definiciones de lo que significa el cine que uno haya visto en pantalla), o la intérprete que termina por casarse con quien maneja el dinero son personajes nada ajenos al universo de Bogdanovich, y al tiempo muy característicos del cine de entonces… y del de ahora, sólo que este es mucho menos inocente. En cierto modo, Nickelodeon ya nació ajena a su época, y lo es más en esta, en la que todo el mundo se apunta a la última novedad, aunque sea una soberana soplapollez, sólo por aparentar estar en la onda y tener algo de lo que hablar. Pero es tierna, divertida, llena de ritmo, con buenos diálogos y escenas muy bien resueltas en lo técnico, como la del globo, o el plano-secuencia en el que se nos muestran las interioridades de un plató. En un aspecto más, Nickelodeon fue, y es, contracultural: en su rendido tributo al hombre que cambió la historia del cine, David Wark Griffith, Bogdanovich se remite a El nacimiento de una nación (en la que intervinieron Dwan y Walsh), obra ya entonces repudiada por muchos a causa de su apología del racismo, obviando la cuestión política y señalando únicamente la profunda revolución que significó en lo cinematográfico. El espíritu retro se extiende a todos los aspectos: el vestuario, que tiene mucho que ver en los enredos del trío protagonista, la escenografía, la música, claramente deudora de aquellas que se interpretaban en directo durante los pases de las películas mudas, e incluso con la inclusión de intertítulos, que en este caso marcan los saltos temporales de la historia.
Al margen de (por mucho que a él le pese) Stanley Kubrick, ningún director supo sacar tanto partido a Ryan O´Neal como Peter Bogdanovich. En la que fue la última colaboración entre ambos, O´Neal repite rasgos de los personajes que interpretó en sus anteriores filmes con el director, añadiendo elementos propios del carácter intrépido, y en muchas ocasiones temerario, de los pioneros del cine. O´Neal, actor muchas veces insoportable, interpreta con buen estilo a un hombre romántico y despistado, al que las circunstancias obligan a liderar a un grupo de personas de lo más peculiar. Como en Luna de papel, tiene un rol destacado su hija Tatum, que borda su papel de muchacha intrépida, a cuyo lado los adultos son pueriles y caprichosos. Por su parte, Burt Reynolds, que repetía con Bogdanovich y tampoco volvió a trabajar para él, desempeña un papel hecho a su medida, el del galán sarcástico sobre el que construyó su estrellato. Brian Keith da vida con mucha gracia al despiadado, pendenciero y locuaz productor Cobb, símbolo de todo lo bueno y lo malo de quienes dirigen el negocio de hacer películas. Stella Stevens, cuya carrera cinematográfica iba claramente cuesta abajo, se marca un papel notable encarnando a la experimentada actriz Marty. John Ritter, actor televisivo que se me suele indigestar, cumple bien como el estoico camarógrafo Frank Frank. Donde no estuvo tan inspirado Bogdanovich fue al contratar a la debutante Jane Hitchcock como protagonista femenina, porque no logra estar tan divertida como el guión propone, y su atractivo para los hombres se entiende sólo a medias. Del resto, destacar la presencia de Harry Carey, Jr., hijo de otro ilustre pionero que conoció bien a Griffith, y la aparición de M. Emmett Walsh como falso cura.
No hagan caso de las críticas: Nickelodeon es una magnífica comedia sobre una época que el cine ha retratado poco, y a veces mal. Alabar esta película es de justicia.