LENINGRAD COWBOYS GO AMERICA, 1989. 78´. Color.
Dirección: Aki Kaurismaki; Guión: Aki Kaurismaki, basado en un argumento de Sakke Jarvenpaa, Mato Valtonen y Aki Kaurismaki; Dirección de fotografía: Timo Salminen; Montaje: Raija Talvio; Música: Mauri Sumén; Dirección artística: Kari Laine y Jeikki Ukkonen; Producción: Aki Kaurismaki, Katinka Faragó y Klas Olofsson, para Villealfa Filmproductions-Svenska Filminstitutet-Finnkino (Finlandia-Suecia)
Intérpretes: Matti Pellonpaa (Vladimir, el manager); Kari Vaananen (Igor, el tonto del pueblo); Sakari Kuosmanen, Sakke Jarvenpaa, Jeikki Keskinen, Pimme Korhonen, Puka Oinonen, Silu Seppala, Mauri Sumén, Mato Valtonen y Pekka Virtanen (The Leningrad Cowboys); Nicky Tesco (El primo de América); Olli Tuominen, Kari Laine, Jatimatic Ohlstrom, Richard Boes, Jim Jarmusch, William W. Robertson, Duke Robillard, Marty Olavarrieta.
Sinopsis: Los Leningrad Cowboys, un grupo musical ruso que toca canciones tradicionales, deciden hacer una gira por los Estados Unidos.
Cualquiera que conozca, aunque sea de manera superficial, la trayectoria de Aki Kaurismaki, sabe que dos de sus rasgos más distintivos son la socarronería y la pasión por la música. Ambas cualidades se unieron para alumbrar a los Leningrad Cowboys, una ficticia banda que mezclaba un repertorio folk con la estrambótica imagen de sus miembros: tupés kilométricos, gafas de sol, trajes negros y zapatos de puntera enorme, a juego con el peinado. Luego de un par de videoclips que sirvieron de presentación al inusual conjunto, la broma fue más allá y dio lugar a un largometraje, Leningrad Cowboys go America, que la crítica seria, que tanto había alabado obras precedentes del director finlandés como Sombras en el paraíso, miró por encima del hombro, como suele hacer con las comedias.
Leningrad Cowboys go America es una broma de algo más de hora y cuarto de duración, prueba de que en algunos bares de Finlandia, donde sin duda se encuentra el origen de este proyecto, se hablaba mucho y bien de This is Spinal Tap, descojonante falso documental sobre una banda de rock ochentera. Kaurismaki y sus cómplices músicos llevaron este espíritu a su terreno, creando una película con la que sin duda todos ellos se divirtieron mucho, pero que tiene la virtud de que el espectador también lo hace. No hay en ella absolutamente nada que deba ser tomado en serio, y eso era una bendición cuando fue estrenada, y me atrevo a decir que lo es mucho más ahora. Para que los no conocedores del asunto se hagan una idea, el film empieza en lo más profundo de la tundra, lugar cuyos habitantes, mascotas incluidas, lucen unos tupés imposibles y hacen gala de una pasión por la música que les lleva a formar una banda en circunstancias difíciles, tanto que su bajista fallece congelado después de una noche de ensayos al aire libre. El grupo intenta hacerse un hueco en el negocio de la música, y para ello su representante, un tipo lacónico y bigotudo, organiza una audición con un promotor local, quien emite una sentencia lapidaria: «Esto es un bodrio sin ningún gancho comercial. Id a América, que allí se tragan cualquier mierda». Que es exactamente lo que hace el grupo (acarreando consigo, como no podía ser de otra forma, el helado cadáver de su bajista), pese a no saber una palabra de inglés. Para eso están los diccionarios que leen sin descanso durante el largo vuelo a Nueva York. Nadie les contrata allí, por lo que improvisan una gira por los Estados Unidos que le da a la película aires de road movie. Pero que nadie espere uno de esos films de carretera iniciáticos y de aprendizaje: en Leningrad Cowboys go America, durante el largo trayecto que lleva a la banda desde la Ciudad que Nunca Duerme hasta México, nadie aprende un carajo. Como debe ser.
Kaurismaki maneja con tino el disparate, introduciendo unos intertítulos que ya son pura guasa en sí mismos. Antológico es el que dice «Vuelta a la democracia» justo cuando regresa la tiranía del manager, liberado de sus bien merecidas ataduras gracias al tonto del pueblo, que ha perseguido al grupo a través de los océanos porque desea unirse a él. Hay un gran número de chorradas divertidas: la tumba de madera del bajista, adaptada a su ocupante de manera que en ella haya espacio para su tupé, sus zapatos y su instrumento, la romería de tractores hacia el aeropuerto (eso que aquí en tiempos se denominó vaga de país), la sala de conciertos que se pone a la venta justo después de una actuación del grupo, la visita a la playa para tomar el sol y que el aspecto de los músicos parezca menos cadavérico… Hay también la notable fotografía de Timo Salminen, y canciones, muchas canciones de lo más variopinto, porque los Cowboys de Leningrado hacen gala de un loable eclecticismo y van ampliando su repertorio, inicialmente compuesto por canciones tradicionales, para adaptarlo al gusto de las audiencias, algo que les lleva al rockabilly, al country y hasta a interpretar Born to be wild en un bar de moteros, gracias a la intervención de un primo al que habían perdido la pista desde que se marchó a los Estados Unidos, y con el que se reencuentran por casualidad repostando en una gasolinera.
Matti Pellonpaa da vida, con toda la ironía necesaria, a ese manager que, como muchos otros, tiene más de ave de rapiña que de emprendedor. El carácter de broma entre amigos de la película se nota especialmente en su reparto, en el que se mezclan músicos profesionales y actores cómplices, como Sakari Kuosmanen, un habitual en el cine de Kaurismaki que aquí hace las veces de sustituto del bajista difunto y ocasional cantante de apoyo. Kari Vaananen, otro frecuente colaborador, interpreta a un tonto del pueblo universal. Destacar la intervención del cantante punk Nicky Tesco, en el papel del primo reencontrado, y el cameo del director estadounidense con quien mejor encaja Kaurismaki, Jim Jarmusch.
Añadir, por último, que la broma se hizo más grande, pues llegaron más videoclips, películas y actuaciones, hasta el punto de que los Leningrad Cowboys continúan en activo. La película que nos ocupa es un gozoso despiporre, ideal para olvidar un mal día. «Música, tupés y alcohol, ¿Qué puede fallar?», debieron decirse Kaurismaki y sus compinches. Por suerte, la broma no se quedó en lo privado, y consiguieron hacerla contagiosa.