HIJO DE CAÍN. 2012. 90´. Color.
Dirección: Jesús Monllaó; Guión: Sergio Barrejón y David Victori, basado en la novela Querido Caín, de Ignacio García Valiño; Dirección de fotografía: Jordi Bransuela; Montaje: Bernat Aragonés, Guillermo de la Cal y Luis de la Madrid; Música: Ethan Lewis Maltby; Dirección artística: Josep Massagué; Producción: Sebastián Mery y David Ciurana, para Life & Pictures-Salto de Eje Producciones Cinematográficas-FoscaFilms (España).
Intérpretes: Julio Manrique (Julio); José Coronado (Carlos Beltrán); Maria Molins (Coral); David Solans (Nico Beltrán); Jack Taylor (Andrew); Abril García (Laura); Mercè Rovira (Patricia); Helena de la Torre, Brendan Price, Jaume Montané, Xavi Lite, Míriam Monlleó, Josep Maria Tuset.
Sinopsis: En apariencia, Carlos Beltrán tiene una familia ideal, pero su hijo Nico es extremadamente problemático, por lo que él y su esposa deciden contratar a un psicólogo para que le trate.
Jesús Monllaó había adquirido fama como cortometrajista antes de lanzarse a la filmación de su primer, y único a día de hoy, largo. Hijo de Caín es un thriller que adapta una popular novela del prolífico y malogrado escritor zaragozano Ignacio García-Valiño. Obra a contracorriente de las modas imperantes en el cine patrio, rodada en catalán y castellano, Hijo de Caín convenció a la crítica y acumuló un buen puñado de nominaciones a los premios Gaudí, si bien se fue de vacío de la ceremonia. Su carrera comercial fue más bien discreta, en la línea de una cinematografía que, en general, adolece desde hace décadas de conexión con el público mayoritario y se resiente de no tener detrás una industria propiamente dicha.
Confieso que no he leído la novela en la que se basa Hijo de Caín, por lo que no dispongo de elementos para juzgar la fidelidad de la adaptación cinematográfica realizada por Sergio Barrejón y David Victori, el primero de los cuales es un escritor ampliamente curtido en el campo de la televisión. Sí puedo decir que, como tantos otros thrillers, Hijo de Caín sobresale más por lo que plantea que por cómo lo resuelve. La historia, que narra el descenso a los infiernos de una familia acaudalada y modélica en apariencia, es inteligente y consigue enganchar al espectador aunque, a lo largo de ella, se acumulan elementos poco verosímiles, o incluso incoherentes, que desembocan en un clímax forzado y que carga en exceso las tintas en lo melodramático. El tema de fondo, que, como tantos otros, ha sido tratado por la psicología de forma tan extensa como poco científica, es la naturaleza del mal; en concreto, si el psicópata nace o se hace. En este caso, el objeto de estudio es un adolescente de clase alta, colectivo en el que las personas con trastorno antisocial de la personalidad son menos complicadas de encontrar que en otros entornos. Ya desde la primera escena, en la que el padre baña a la pequeña de la casa mientras su hijo quinceañero permanece aislado en su mundo, y la madre ultima los preparativos para acudir a una fiesta de sociedad a la que el matrimonio está invitado, la película juega a la ambigüedad y el misterio, algo que no dejará de hacer, con desigual fortuna, a lo largo de todo el metraje. En realidad, todo el odio de la criaturita está focalizado en su progenitor: el resto de personajes no son para él sino peones a los que manipula para destruir a la única persona que le pone límites. Por ello, la reacción final del muchacho frente a la campeona de ajedrez carece de coherencia, porque lo que consigue con ello es arruinar un triunfo que hasta ahí era absoluto, algo impropio de un ser lo bastante inteligente como para engañar no sólo a su madre y a su hermana pequeña, sino al psicólogo que la familia contrata para intentar encarrilar al hijo imposible, e incluso a un veterano maestro de ajedrez. El gran acierto de la película a nivel narrativo es, a mi juicio, la forma en que explica cómo nuestra falta de realismo, o mejor dicho, el afán de ajustar la realidad a nuestros deseos, a ver y creer lo que se quiere, en lugar de lo que hay, es lo que nos hace tan manipulables, en especial por personas dotadas de inteligencia, pero carentes de cualquier atisbo de sensibilidad. Como film de misterio, Hijo de Caín es envolvente pero irregular, lastrado por un tercio final que emborrona una propuesta más que atractiva hasta entonces. Otro factor que no ayuda es el lingüístico, porque el uso del catalán y del castellano que se hace en la película se diría que tiene más que ver con las subvenciones que con la propia narrativa del film.
En lo visual, lo que predomina, utilizando el título de una gran película española de este siglo, es un tono azul oscuro, casi negro. El lujo aséptico de las casas de los ricos que prefieren parecer no serlo está muy bien plasmado, siendo quizá el aspecto de la escenografía más digno de elogio. La iluminación, a cargo del polivalente Jordi Bransuela, tiene un punto de telefilm lujoso que le resta algo de personalidad al conjunto. Monllaó dirige con buen pulso, aunque su acertado uso inicial de la elipsis (la escena en la que el padre debe interrumpir el baño de la niña a causa de una insistente llamada de trabajo, o el momento en el que el protagonista adolescente bota la pelota de tenis junto al perro) se pierde también en una secuencia final efectista. Lo mejor en el aspecto técnico es la banda sonora compuesta por Ethan Lewis Maltby, músico multidisciplinar en lo que al audiovisual se refiere.
Encabeza el reparto Julio Manrique, un hombre de teatro que se ha prodigado poquísimo en la gran pantalla. Su papel, el del psicólogo contratado por la familia Beltrán para desactivar la bomba de relojería que es su hijo adolescente, es el eje de la historia, pero también el mayor indicador de sus flaquezas. Que sea un amor de juventud de la madre de la criatura se antoja traído de los pelos, por ejemplo. Desde una perspectiva global, la interpretación de Manrique es intachable, salvo en la escena final, en la que sobreactúa. José Coronado repite un papel en el que se ha especializado en su madurez, el de un tipo duro que va sobrado de carácter aunque, en esta ocasión, su personaje se vea atropellado por las circunstancias. La progresión de este actor desde sus primeras películas ha sido importante, sacando mucho partido a su limitado registro interpretativo, siendo el único miembro del elenco que ha hecho trabajos continuos y relevantes en el cine. Maria Molins, actriz conocida por sus papeles para la pequeña pantalla, encarna a Coral, la sufrida pero ciega esposa y madre, cuyo personaje representa a aquellos que, por mucho que quieran permanecer neutrales ante un conflicto, terminan siendo arrastados por él, y amplificándolo con su comportamiento. Trabajo correcto el suyo, aunque su papel me parece el menos trabajado por los guionistas. El rol del adolescente psicópata lo llevó a cabo el debutante David Solans, un joven que está teniendo una buena carrera en la la televisión, y que en esta película sabe dotar de misterio a su personaje, a quien en este caso le beneficia la falta de expresividad del actor. Un clásico de la serie B como Jack Taylor es quien da vida a Andrew, el viejo profesor de ajedrez.
Buena película, cuyo visionado le hace a uno pensar, no obstante, que debería haber sido mejor.