UN MILLÓN EN LA BASURA. 1967. 90´. B/N.
Dirección: José María Forqué; Guión: Vicente Coello, Antonio Vich y Pedro Masó; Dirección de fotografía: Juan Mariné; Montaje: Pedro del Rey; Música: Antón García Abril; Producción: Pedro Masó, para Pedro Masó Producciones Cinematográficas- C.B. Films (España)
Intérpretes: José Luis López Vázquez (Pepe Martínez); Julia Gutiérrez Caba (Consuelo); Juanjo Menéndez (Faustino); Aurora Redondo (Madre de Consuelo); Rafael López Somoza (Padre de Consuelo); Carlos Lemos (Comisario); Guillermo Marín (Don Leonardo); José Sazatornil Saza (Ramón González); Lina Canalejas (Pepi); Pedro Porcel, José Sacristán, Carmen Lozano, José Orjas, Rafaela Aparicio, Luis Barbero, José Sepúlveda, Jesús Guzmán, Emilio Laguna, Claudia Gravy.
Sinopsis: Un empleado de limpieza, a punto de ser desahuciado de su domicilio, encuentra una cartera abandonada que contiene un millón de pesetas.
Cineasta de clara vocación comercial, José María Forqué posee algunas perlas en su filmografía como director, la más memorable de las cuales es Atraco a las tres. Existe algo parecido a la unanimidad entre la cinefilia en cuanto a considerar que, del resto de su obra, Un millón en la basura es el film de mayor calidad. Esta comedia dramática, navideña y madrileña, hoy relegada al olvido como buena parte del cine rodado en España durante el franquismo, debe mucho a Pedro Masó, productor y coguionista que era por entonces uno de los personajes más poderosos del cine patrio gracias a taquillazos como La gran familia, La ciudad no es para mí o Sor Citroen. La película de Forqué no igualó el éxito de las mencionadas, pero se sitúa bastante por encima del nivel de esas comedias que, casi de inmediato y hasta nuestros tiempos, se englobaron bajo la despectiva etiqueta de españoladas.
El envoltorio navideño del asunto acerca Un millón en la basura a Plácido, una de las mejores películas de la historia del cine español. Las diferencias de tono son, eso sí, importantes: la película de Luis García Berlanga denunciaba, con la mala uva habitual del director valenciano, la hipocresía de la caridad burguesa, mientras que el film de Forqué es un cuento de Navidad en toda regla, en el que la crítica social (el protagonista masculino es un modesto empleado, sin vicios reseñables, que pese a formar parte de la población activa acumula deudas y se enfrenta a un desahucio inminente) se viste con ropajes amables. El tema de fondo es algo tan español como el golpe de suerte, el giro afortunado del destino que todos los pringados de este país (que en esto, como en otras muchas cosas, tampoco ha cambiado tanto en todo este tiempo) soñamos tener algún día para que nos saque de una existencia mucho menos hedonista de lo que nos gustaría. Pepe Martínez, el empleado de limpieza que protagoniza la película, necesita esa aparición del genio de la lámpara mucho más que la mayoría, y la halla de la única forma posible: al ir a depositar en una papelera unos desperdicios arrojados desde un coche por unos seres bastante más ociosos que él, encuentra una cartera negra que contiene billetes por valor de un millón de pesetas. Para que el personal se haga cargo de la importancia del hallazgo, hay que mencionar que el salario medio en España en 1968, año inmediatamente posterior al del estreno de esta película, se situaba en unas 8.000 pesetas, mientras que el precio de un piso decente en Madrid en ese mismo año tenía un valor aproximado de cien mil. En ese maletín ve Pepe el final de todos sus problemas económicos, pero su esposa le recuerda que su obligación es devolver el dinero a su legítimo propietario. El dilema moral de ese pobre hombre, señalado por ser incapaz de mantener dignamente a su familia, es el eje vertebrador de la película.
José María Forqué estaba lejos de ser un virtuoso de la cámara, pero conocía bien su oficio y supo dotar de encanto un film que, en lo fundamental, es de guión y de actores. El libreto está construido con ingenio, en especial a la hora de ilustrar la odisea a la que se enfrenta Pepe para devolver el maletín. Forqué utiliza con frecuencia los primeros planos, así como el zoom, para captar la expresión de unos personajes que se dividen en tres grandes grupos: el que forman la familia del protagonista, que se debate entre el deseo de quedarse el dinero y la obligación moral de devolverlo; sus compañeros de trabajo, gente humilde, despreocupada y solidaria, y los dueños del dinero, que se mueven en un escalón mucho más alto de la pirámide social y, claramente, no lo necesitan. El giro decisivo de la película sucede en el restaurante al que acude Pepe, que se ha gastado el primer billete del millón en comprarle sendos regalos de Reyes a sus dos hijos, para resarcirse de tantos años de penurias y humillaciones. A la hora de pagar, sin embargo, decide no emplear el dinero encontrado en pagar la sustanciosa cuenta, por lo que acaba en comisaría, lugar en el que se halla el contable de una empresa, sospechoso de haberse quedado para sí el millón desaparecido. Entonces veremos que Pepe es pobre de recursos pero, a pesar de todo, no de espíritu.
Puesta en escena funcional, ecos neorrealistas dentro de un armazón plenamente inscribible en las constantes de la comedia popular española y diálogos verosímiles y con chispa es lo que ofrece Un millón en la basura, cuyo leitmotiv musical lo constituye el celebérrimo villancico Los peces en el río, junto a otras piezas navideñas tradicionales del cancionero español que el compositor Antón García Abril emplea para acentuar el tono amable de la película. Que en aquellos años la gente del cine trabajaba a destajo lo prueba el hecho de que el camarógrafo barcelonés Juan Mariné, que aporta una solvente fotografía en blanco y negro, fuera asimismo el iluminador jefe de otra media docena de películas estrenadas en el año 1967.
Convertido ya en uno de los rostros más populares del cine español, y sin haber ampliado todavía su radio de acción más allá de la comedia, José Luis López Vázquez da su enésimo recital interpretativo en la piel de Pepe Martínez, retrato del españolito medio que el actor madrileño supo pintar mejor que nadie. Su amplia galería de recursos expresivos y su dicción perfecta dejan claro que el tipo normal y corriente es el personaje, no quien lo encarna. Una gran dama de la escena española como Julia Gutiérrez Caba, que ya había rodado otros films junto a López Vázquez bajo la dirección de Forqué, da vida al principal personaje femenino, una ama de casa que representa la voz de la conciencia y asume el rol de brújula moral y apoyo imprescindible para su esposo. Juanjo Menéndez interpreta al compañero de trabajo más cercano a Pepe, y lo hace con su desparpajo característico. Aurora Redondo y Rafael López Somoza, que ya habían formado un matrimonio impagable en Ninette y un señor de Murcia, repiten rol y magnífico desempeño. Mientras la mujer es firme partidaria de quedarse con el dinero, algo que, por una vez, le pone de acuerdo con su yerno, el hombre se alinea con su hija. El veterano Guillermo Marín aporta presencia en su breve aparición, mientras que Carlos Lemos cumple bien como duro comisario de policía. Antes hablaba de dicción perfecta, y volveré hacerlo para referirme a José Sazatornil, que ya tenía más que pulido al personaje de burgués engolado y pelín mezquino sobre el que construyó su carrera. Un jovencísimo José Sacristán interpretó a otro de los compañeros de Pepe en el servicio de limpieza, y lo hizo mostrando las maneras que pronto le llevarían a lo más alto. Muy bien José Orjas, lo cual no es novedad, y Rafaela Aparicio sólo precisó aparecer en una escena para robarla por completo.
De lo mejorcito de la comedia española de la era del desarrollismo, Un millón en la basura es, sin lugar a dudas, una obra notable y a recuperar de José María Forqué.