LAITAKAUPUNGIN VALOT. 2006. 76´. Color.
Dirección: Aki Kaurismaki; Guión: Aki Kaurismaki; Dirección de fotografía: Timo Salminen; Montaje: Aki Kaurismaki; Música: Melrose; Dirección artística: Markku Patila; Producción: Aki Kaurismaki, para Sputnik Oy-YLE-Pyramide Productions- Pandora Filmproduktion-ZDF-Arte France Cinéma (Finlandia-Alemania-Francia-Italia-Suecia)
Intérpretes: Janne Hyytiainen (Koistinen); Maria Jarvenhelmi (Mirja); Maria Heiskanen (Aila); Ilkka Koivula (Lindholm); Sergei Doudko, Andrei Gennadiev, Arturas Pozdniakovas (Mafiosos rusos); Matti Onnismaa, Sulevi Peltola, Antti Reini, Neka Haapanen, Santtu Karvonen, Kati Outinen.
Sinopsis: Koistinen es un vigilante de seguridad callado y solitario. Sentado en una cafetería después de su jornada, una bella mujer se interesa por él.
Apenas dos trabajos en filmes de episodios es el bagaje como director de Aki Kaurismaki entre Un hombre sin pasado y Luces al atardecer, obras que completan una trilogía iniciada una década antes del estreno de la segunda de ellas con Nubes pasajeras. Los conocedores de la filmografía del cineasta finlandés más internacional emitieron en su momento un juicio con el que coincido: Luces al atardecer es una buena película, fiel a las constantes estilísticas y narrativas de su director, pero que no se encuentra entre las obras mayores de Aki Kaurismaki.
Este largometraje sigue las peripecias de Koistinen, un guardia de seguridad que fantasea con la posibilidad de crear su propia empresa, pero cuya realidad incita poco a la ilusión: de temperamento tímido y retraído, es poco popular entre sus compañeros, vive en un pequeño apartamento de la periferia y rehuye las atenciones de una vendedora de comida en el puesto ambulante donde suele cenar. Para darle el giro a lo que desde el primer fotograma se percibe como un drama costumbrista, Kaurismaki introduce elementos típicos del cine negro, empezando por la figura de la femme fatale: una noche cualquiera, cuando Koistinen ha finalizado su turno y está, solo como casi siempre, en una cafetería, una bella mujer le aborda. Se inicia un romance, en versión finlandesa, que pronto descubriremos que no es más que una tapadera: la rubia seductora trabaja para unos mafiosos interesados en desvalijar una joyería que Koistinen custodia durante la noche.
Luces al atardecer es, por lo tanto, la historia de un perdedor en toda regla. Kaurismaki la narra con su laconismo habitual, aderezado de vez en cuando con toques de humor negro, alguno de ellos muy inspirados. El finlandés aborda una temática que no sólo es una constante en el drama criminal, sino que tiene obvias reminiscencias bíblicas: la del hombre seducido y engañado por una mujer desalmada. Lo hace, no obstante, con su peculiar estilo, a la vez romántico y socarrón. En el primer aspecto, decir que la película se inicia y finaliza con un tango: el segundo de ellos, cuando el espectador ya ha asumido el desencanto del protagonista, es El día que me quieras. Otro punto a destacar es la estética, que en las numerosas secuencias nocturnas se asemeja a los cuadros de Edward Hopper, gracias a la espléndida fotografía de Timo Salminen. Cada cual a su manera, los personajes más importantes de la película son mutilados emocionales, lo que, en el caso de Koistinen y de Aila, la dueña del puesto de comidas, es la razón de su derrota: a diferencia de quienes se sitúan al otro lado de la ley, ellos sí tienen sentimientos, pero son incapaces de exteriorizarlos y, cuando lo hacen, en especial en el caso del hombre, suele ser de la manera menos inteligente. En otras manos, todo esto desencadenaría un drama desgarrador, pero el talante cáustico de Kaurismaki y su acentuado sentido de la ironía lo impiden. Sirva como ejemplo la manera en que la película se aleja del glamour del cine negro: cuando los mafiosos, por naturaleza más ostentosos que distinguidos, celebran el éxito del atraco bebiendo whisky en el salón de un lujoso apartamento, la mujer fatal entra en escena pasando la aspiradora.
Como siempre en Kaurismaki, el montaje es abrupto y los diálogos, escasos y escuetos. Aparece el amor al cine, porque es en la sala oscura donde asistimos al único momento en que Koistinen y Mirja, la mujer encargada de seducirle, logran abstraerse de sus respectivas realidades. Eso sí, el director se recrea en esta escena mostrando hacia dónde mira cada uno de ellos. Una vez más, la importancia de la música es capital, no sólo por el prólogo y el epílogo tangueros, sino por la presencia de fragmentos bien escogidos de Tosca y La fanciulla del west, de Puccini, así como por el meritorio trabajo de la veterana banda rockera Melrose, cuya trayectoria se ha entrecruzado en diversas ocasiones con la de Kaurismaki, en la banda sonora.
Janne Hyytiainen pasa de un rol secundario en Un hombre sin pasado al protagonismo absoluto en Luces al atardecer. No le mareó el salto, porque su desempeño es acertado. Koistinen, un perdedor de manual, un cordero frente a los lobos, necesita de un intérprete que sepa mostrar el desvalimiento que hay detrás de un tipo aparentemente duro, situado en la base de la pirámide social, y esto es algo que Hyytiainen supo hacer bien. Maria Jarvenhelmi, actriz que trabajaba por primera vez a las órdenes de Kaurismaki, ejerce de lacónica seductora, y da juego cuando el director ilustra cómo la realidad de su personaje dista mucho de las mujeres fatales al estilo Hollywood. Otra recién llegada al universo Kaurismaki, Maria Heiskanen, ofrece un notable trabajo en la piel de un personaje en muchos aspectos antagónico al interpretado por Jarvenhelmi. Asimismo, nota muy alta para Ilkka Koivula, que da vida al líder de los mafiosos con ese tono cáustico que le caracteriza.
No es la mejor película de Aki Kaurismaki, pero Luces al atardecer brinda hora y cuarto de buen cine, servido por un director fiel a sí mismo como pocos.