EL ANACORETA. 1976. 106´. Color.
Dirección: Juan Estelrich; Guión: Rafael Azcona y Juan Estelrich, basado en un argumento de Rafael Azcona; Dirección de fotografía: Alejandro Ulloa; Montaje: Pedro del Rey; Música: Miscelánea. Piezas de Johann Sebastian Bach; Producción: Alfredo Matas, para In-Cine Compañía Industrial Cinematográfica-Arcadie Productions-Hispano Foxfilms (España-Francia).
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Fernando Tobajas); Martine Audó (Arabel Lee); José María Mompín (Augusto); Charo Soriano (Marisa); Claude Dauphin (Jonathan Boswell); Maribel Ayuso (Clarita); Eduardo Calvo, Ángel Álvarez, Luis Ciges, Ricardo Lillo, Isabel Mestres, Antonio Amorós, Pedro Beltrán, Rafael Albaicín, Luis Sánchez Polack.
Sinopsis: Un hombre ha acondicionado el cuarto de baño de su piso para no tener que salir de él. Lleva ahí encerrado once años, y su pasatiempo predilecto consiste en enviar mensajes, no en una botella, sino en un tubo de aspirinas, por la taza del váter.
Los balbuceos de la democracia nos trajeron, entre otras muchas cosas, el único largometraje dirigido por Juan Estelrich, responsable muchos años atrás del excelente mediometraje Se vende un tranvía y asistente en algunas de las películas más importantes realizadas en España. La génesis de este proyecto la hallamos en la mente de Rafael Azcona, y no puede ser más curiosa porque, según se cuenta, durante una conversación entre el director catalán y el más célebre guionista de nuestro cine, Estelrich comentó que el productor Alfredo Matas le había ofrecido encargarse de la realización de un western. Azcona, cuando supo de lo exiguo del presupuesto asignado al proyecto, comentó que, con ese dinero, el único escenario en el que podría rodarse una película era un cuarto de baño. Y eso hicieron, derivando el experimento en una de las obras más singulares del cine español, que obtuvo buenos resultados en taquilla y le valió a su protagonista masculino, Fernando Fernán Gómez, el premio a la interpretación en la Berlinale.
Azcona y Estelrich concibieron el relato como una adaptación libre de La tentación de San Antonio, una de las obras más conocidas de Gustave Flaubert. En la película, el anacoreta es laico, y su retiro del mundo no se debe a una búsqueda de la pureza espiritual, sino al profundo desinterés que en él despierta todo lo que se encuentra más allá de las paredes de su cuarto de baño, espacio que sustituye al desierto del libro original. Todo el film se desarrolla en ese único escenario, factor que lo acerca a la condición de teatro filmado, que la labor de Estelrich consigue trascender sólo en parte. Cuando se inicia, Fernando, el protagonista, lleva once años de encierro. Su contacto con el exterior se limita a los vecinos con los que juega al dominó, y a su entorno más cercano: su esposa Marisa; Augusto, que al margen de administrar las cuentas es el amante de su mujer, y la criada, Clarita. Todo cambia cuando, por medio de un detective, Fernando descubre que uno de los mensajes que, diariamente y cual náufrago, envía a través de su inodoro, ha encontrado destinataria, que resulta ser la querida de un potentado inglés. Ni corta ni perezosa, la chica se presenta un buen día en el peculiar búnker de Fernando. El mensaje de este que ella había recibido aludía a la tentación ejercida sobre San Antonio por la reina de Saba, y ella se propone asumir ese rol con el fin de que Fernando abandone su encierro.
No hay que ser demasiado sagaz para captar las influencias de Luis García Berlanga en El anacoreta, sobre todo si tenemos en cuenta que el nombre del director valenciano está fuertemente asociado a las carreras de Estelrich y Azcona. La película está llena de situaciones surrealistas, más allá de un planteamiento que lo es en grado sumo, aunque de forma paulatina, y en especial después de la segunda visita de la joven Arabel Lee a Fernando, adquiere un tono amargo que tampoco es ajeno al universo berlanguiano. Más allá de eso, apreciamos la huella de otro director fundamental del cine español, Luis Buñuel, y en concreto de su película Simón del desierto, inspirada en la historia de Simón el Estilita que, a su vez y para cerrar el círculo, Flaubert conocía bien. La bellísima Arabel Lee asume el papel de tentadora, pero no sólo no tiene éxito en su empresa, sino que al final es Fernando quien la lleva a su terreno, hasta el punto de que el amante oficial de la joven, el millonario inglés Boswell, se presenta en el cuarto de baño para tomar cartas en el asunto, primero intentando comprar al ermitaño, con el fin de que abandone su encierro y así, satisfecho el capricho de la muchacha, todo vuelva a ser como antes. Esta estrategia resulta ser contraproducente, pues no hace sino ayudar a que Arabel Lee se enamore de Fernando. En vista de ello, el ricachón opta por cambiar de planes.
Si bien las transiciones entre secuencias, que por momentos transforman el cuarto de baño en sala de juegos, tablao flamenco, restaurante de lujo o camarote de los hermanos Marx (impagable la visita de Arabel Lee a Fernando, con Augusto metido en la bañera), resultan a veces forzadas, el conjunto se erige en un magistral estudio sobre la misantropía, con un protagonista decidido a contravenir las normas sociales y renunciar a todo lo mundano no por la fe, sino más bien por la falta de ella. Para Fernando, el mundo es un lugar hostil, del que ha decidido apartarse de puro hastío. Consiente que su administrador sea también el amante de su esposa, sólo porque le resulta más cómodo, y ello le asegura la manutención durante su encierro. Sin embargo, lo que encarna el protagonista es lo contrario: la imposibilidad de vivir sin los demás porque, mal que nos pese, somos incapaces de valernos solos por nosotros mismos. Fernando lo descubrirá de un modo cruel, de manos, precisamente, de quien sí posee los medios para permitírselo.
Rodar todo un largometraje en un escenario tan sui generis es un desafío, que Estelrich supera con nota alta gracias, en buena parte, a sus dotes para hacer de la necesidad virtud. El anacoreta es, en lo esencial, una película de guión, en la que lo técnico es secundario, pero secundario no equivale a descuidado. El todoterreno Alejandro Ulloa hace un buen trabajo, adaptando la iluminación a las distintas transformaciones del cuarto de baño que plantea el libreto. Como en Buñuel, la música clásica, en este caso piezas de Bach interpretadas por un vecino al que jamás llegamos a ver, sirve de contrapunto a una historia delirante, en la que se dan cita la guerra de sexos, el drama romántico, la fábula (a)moral y el puro esperpento de forma a veces un tanto atropellada, pero llena de geniales golpes de ingenio, presentes a lo largo y ancho del metraje.
Durante la Transición, Fernando Fernán Gómez alternó, en su faceta de actor, proyectos meramente alimenticios con algunos que supusieron puntos muy altos en su extensa carrera, por ejemplo este que nos ocupa. En El anacoreta, Fernán Gómez realiza un trabajo sensacional en la piel de un rebelde, pero no de uno valiente y decidido, sino de uno totalmente apático. Su personaje exige diferentes registros a partir de una base de absoluta desgana frente al mundo en general, y la verdad es que lo borda. Con su rostro enérgico, su inconfundible voz y su gestualidad certera, estamos ante una interpretación mayúscula. Martine Audó, una modelo sin experiencia previa en el cine, fue la escogida para encarnar a la Tentación. En la versión española, su voz fue doblada por Amparo Soler Leal, por lo que su trabajo queda un tanto diluido. Su belleza, eso sí, es impresionante, pero la importancia de su personaje en la película va mucho más allá de lucir palmito. José María Mompín, actor conocido por su labor en el teatro, no desperdicia un papel muy jugoso, el de un personaje que, quizá sin quererlo, representa muy bien a quiénes gobiernan este país, y cómo lo hacen. Augusto es, en esencia, un pícaro que todo lo utiliza en su beneficio, y Mompín le da el tono caricaturesco que necesita. Por su parte, Charo Soriano, actriz cuyos momentos más distinguidos en el cine están asociados a Carlos Saura, hace un trabajo más que digno como esposa a la vez ultrajada y adúltera. Claude Dauphin, en uno de sus últimos papeles para el cine, aporta presencia y carisma a un millonario que, como todos, tiene muy mal perder por falta de costumbre. Del resto, mencionar la surrealista aparición de Luis Ciges con un acento extranjero difícil de describir.
Una rara joya del cine español, eso es El anacoreta. Existe una leyenda negra respecto al cine de la Transición, pero entre la legión de películas asociadas al destape, casi todas malas de solemnidad, se rodaron también films magníficos, llenos de inteligencia, ingenio y mala uva. He aquí uno de ellos.